Latinoamérica sin manicomios. La vida no cabe en un diagnóstico. Sin derechos humanos no hay salud mental.
El 14 de septiembre, en el marco de la última jornada del III Encuentro de la Red Latinomericana y del Caribe de DDHH Y Salud Mental, Marcelo Percia fue invitado a aportar sus reflexiones sobre las consignas del Encuentro. Convirtió su aporte en «14 derechos que se realizan cada vez que se vaticinan», nos inundó con su derecho a pensar, invitando a la inconformidad, a la resistencia alegre, a la potencia crítica y logró un encuentro imborrable con el auditorio de un colmado Teatro la Comedia.
Marcelo Percia, es Psicoanalista, Profesor de Psicología de la UBA, autor de Deliberar las psicosis ( 2004); Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis ( 2008): Inconformidad (2010), entre otros. Es también, un compañero de los que invitan éticamente al pensamiento crítico-político.
A continuación, el texto completo de Marcelo Percia
Vidas después: 14 derechos venideros para estar en común
III Encuentro de la Red Latinoamericana y del Caribe de Derechos Humanos y Salud Mental
(Latinoamérica sin manicomios. La vida no cabe en un diagnóstico. Sin derechos humanos no hay salud mental).
Marcelo Percia
I.
Presentación
1.
A las luchas contra las servidumbres del capital, del colonialismo, del patriarcado, conviene incorporar la lucha contra las sujeciones de la normalidad.
¡Demasías no enferman, normalidades sí!
2.
En cuestión de derechos, se podrían mencionar algunos que provienen de enseñanzas cercanas:
Derecho a la fantasía (Pichon-Rivière).
Derecho a la mateada y al chori (Moffatt).
Derecho a la ternura y al miramiento (Ulloa).
Derecho al juego (Pavlovsky).
Derecho a pensar (De Brasi).
Derecho al arte y a la locura (Zito Lema).
II.
Vidas después.
Lacan pensaba que en las psicosis el inconsciente estaba en la superficie, a cielo abierto, sin represión. Carente de frenos, disfraces, olvidos necesarios.
La represión de las demasías se llama normalidades.
Tras internaciones que apartan, ocultan, olvidan, asistimos al desparramo de sensibilidades excedidas.
Comenzamos a entrever ciudades como encierros a cielo abierto.
Perímetros de miedos, violencias, amenazas.
Derribados los muros, manicomios extienden sus vigilancias, controles, castigos, por todas partes.
Entre sin manicomios y vidas después de los manicomios todavía habitamos tiempos intermedios.
Antonio Gramsci (1929-1935) escribe en sus cuadernos de la cárcel: “La crisis consiste en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no puede nacer: en este interregno aparecen diferentes síntomas de enfermedad”.
Momentos de interregno suspenden eficacias de los poderes, entonces -en esos mínimos intervalos- se abren oportunidades para des aprender modos de vivir establecidos.
Manicomios no terminan de desaparecer y otras formas de estar en común apenas comienzan a vislumbrarse.
No alcanza con incendiar instituciones totales.
Nunca más manicomios, supone nunca más vidas sin sensibilidades liberadas, sin rarezas, sin anomalías, sin discrepancias, sin disidencias. Sin demasías.
La expresión vidas después no designa una circunstancia de pasaje en el tiempo. La palabra después, en este enunciado, trabaja más como adjetivo que como adverbio.
El después, en este caso, califica vidas resabiadas. Vidas deshabituadas, desenredadas de las costumbres, con mañas y astucias para rebuscárselas. Vidas, con candores y recelos, que han sobrevivido a intemperies, vacíos, desamparos. A desamores y a todas las drogas.
La civilización que conoció Auschwitz, ¿qué aprendió en más de cien años de encierros?, ¿qué supo de las exclusiones, expulsiones, privaciones, violencias, abusos, violaciones?, ¿qué entendió de los alcoholes, pastillas, angustias, tristezas?
II
14 derechos que se realizan cada vez que se vaticinan.
Se trata -si se extiende una idea de Austin (1960)- de derechos performativos, antes que jurídicos.
Derechos que se proponen como actos de futuras hablas clínicas.
Como enunciaciones que adelantan lo por venir.
Si decimos que este encuentro será inolvidable, en este momento diciéndolo el encuentro se vuelve inolvidable. Lo sentimos imborrable, ahora, para siempre. No importa verificar el enunciado dentro de cien años.
Los catorce derechos que siguen –embriagantes– podrían componer y descomponerse de muchas maneras hasta devenir innumerables.
1.
Quizás un día se declare el derecho a las demasías.
Al brote de intensidades sensibles sin capturas patológicas.
Al arrojo en la demasiada vida.
Al estar en común sin mensuras morales.
En derecho administrativo, se denomina usuario al destinatario de servicios públicos. Y, también, se establece la participación de usuarios, a través de sus organizaciones, en la gestión de esos servicios.
El enunciado usuarios de salud mental instaló la idea de que las sensibilidades que sufren tienen derechos.
En el pasaje de la idea de pacientes a la de actores sociales y existencias con derechos ciudadanos reside una discusión todavía inacabada.
En el porvenir, ¿se empleará la palabra usuarios para mencionar a personas que requieran servicios de salud mental?
¿Se apelará a las ideas de servicios, mente, salud?
¿Se confiará en la idea de humanidad (en nombre de la que se cometen crimines tremendos)?
Dos citas de Susy Shock (una del 2011, otra del 2017): “Reivindico mi derecho a ser un monstruo ¡Que otros sean lo Normal!”. “No queremos ser más esta humanidad”.
Quizás en tiempos venideros se piensen sensibilidades.
Quizás un día se declare el derecho a vivir, a existir, a estar en demasías.
Actos clínicos, no atienden pacientes, enfermos, usuarios, clientes, consumidores; merodean -con ternuras habladas- demasías.
Quizás en el porvenir se atiendan sensibilidades vivas: afectos antes que personas.
Tal vez se alojen intensidades que no pertenecen a alguien, aflicciones que vagabundean, pesadumbres negadas de la civilización.
Así como tierras, aguas, brisas, montañas, bosques, se pensarán como sujetos de derecho, se solicitarán derechos a las demasías.
Demasías viven en común con todas las sensibilidades vivas.
2.
Quizás un día se declare el derecho a no tener que ganarse la vida.
Quizás un día todas las sensibilidades tendrán derecho a recibir un ingreso económico que permita vivir, por el solo hecho de existir.
Un ingreso, no subsidio ni pensión estigmatizadora.
Entonces, la vida en común estará garantizada sin que las existencias que hablan tengan que padecer o hacer nada.
Ni tampoco se vean conminadas a reinserciones, rehabilitaciones, resocializaciones según patrones comunitarios que someten o expulsan.
Se terminaría con la idea de que hay que ganarse la vida trabajando.
Solo se trabajará por gusto, placer, porque sí.
El trabajo como vehículo de la ambición de acumular dinero, prestigio, poder, perderá sentido.
La idea de ganancia individual estará disponible como excedente innecesario o arrogancia de quienes todavía deliren grandezas.
La sentencia de que hay que ganarse la vida sobrevuela como extorsión de la civilización. Como amenaza de que se la puede perder.
Así, se enhebra la imposición de trabajar como carga, infortunio, castigo. Inevitables.
La vida no se recibe como regalo, como don, como derecho.
3.
Quizás un día se declare el derecho a la irreductibilidad.
Una convicción en común que afirme que la vida no puede reducirse a un compendio de explicaciones. Que ninguna existencia puede quedar ceñida a diagnósticos, clasificaciones, desciframientos, ejecutados por un poder.
Una convicción, tejida entre proximidades, que acentúe que las potencias de lo vivo residen en la indeterminación y en la inconmensurabilidad.
Una convicción, hilada entre cercanías, que impida que se condenen sensibilidades a tener que cargar con identidades que estrechan el porvenir.
No hay una historia ni miles, sino infinitas composiciones posibles.
Padecemos reducciones espantosas: lenguas triunfantes, géneros, clases sociales, territorios nacionales.
Posteridades pensarán una clínica como expansión de lo incomprensible. Y como custodia de lo indescifrable.
4.
Quizás un día se declarare el derecho al poco saber.
Sobre las vicisitudes de la vida en común cualquier saber tiene gusto a poco.
En una reunión con todas las especialidades médicas en un hospital general, una voz dice: “Sí, las chicas de salud mental vienen al servicio cada vez que lo necesitamos, muy dispuestas escuchan al equipo y conversan con los pacientes, pero lo que hacen sabe a poco. No resuelven los problemas que tenemos. No traen soluciones”.
Poco saber no significa escaso saber, alude a lo ilimitado, inalcanzable, inconcebible del saber clínico.
Estar en posición de poco saber previene omnipotencias, soberbias, individualismos profesionales.
Estar en posición de poco saber no equivale a saber poco.
Saber poco revela negligencia, desinterés, indiferencia, celebración del sentido común. Mientras que la posición de poco saber -que requiere devaneos, estudio, discusiones compartidas- apuesta a la potencia del diálogo clínico, antes que al poder de un saber.
Pero, ¿a qué se sigue llamando equipos? A las cercanías entre variaciones. A las proximidades que se entrelazan cuando potencian saberes y se desenlazan cuando se juegan poderes.
La idea de equipo, como utopía, dura como posibilidad en acto hasta que queda astillada por imperativos de dominio que capturan tarde o temprano a las sensibilidades que piensan.
Si se dijo que el saber poco incurre en apatía y en no implicación, su contrario el saber mucho alardea suficiencia como logro individual.
El saber mucho, cuando se trata de alojar demasías, se presenta como una de las peores formas de ignorancia.
Si se pretende dar con una cura para la enfermedad de Chagas se necesita mucho saber; pero si trata de estar en cercanía con la angustia, se necesita la posición de poco saber. Saber mucho equivale, cuando se trata del vivir, a jactancia y necedad.
La posición de poco saber se aprende en interminables discusiones con otras sensibilidades clínicas.
La posición de poco saber comienza como transmisión oral. Se aprende cuando muchas perplejidades expresan, en voz alta, dudas y desánimos.
Cuando se escucha cómo trabajan, cómo piensan, cómo actúan, cómo hablan, sensibilidades clínicas que intentan alojar demasías sin normalizarlas, se tiene (recién ahí) dimensión de la posición de poco saber.
Saber que sabe de lo ilimitado.
Saber que piensa la clínica como simultaneidad de pocos saberes que se componen entre sí.
Se podría pensar un equipo como aquelarre de oralidades clínicas que dramatizan posiciones de poco saber. Contrapunteo de conjeturas indecidibles.
En el enunciado poco saber, poco no funciona como adverbio de cantidad que designa escasez o insuficiencia, sino como cualidad clínica, como potencia de la memoria de un común saber.
Barullos amables, tensos, en disidencias, de pocos saberes, componen la posición de común saber.
5.
Quizás un día se declare el derecho a que no pase nada.
Si se atiende a pautas de rendimiento, progreso, alcance de objetivos, logros, en muchas situaciones clínicas no pasa nada.
No se evidencian cambios o suceden nimiedades imperceptibles.
Pero ¿qué pasa en ese no pasar nada?
Pasa la vida sin estridencias.
Pasan expectativas, confianzas, entusiasmos, reconocimientos, cansancios, curiosidades, desahogos, complicidades, respiros, autorizaciones, recuerdos, duelos, risas, dudas, decisiones, excesos, arrepentimientos, días de lluvia, lunas, dolores de espalda, despedidas.
Una clínica en la que no pasa nada sensacional, se corresponde con vidas exentas de sensacionalismos.
Una clínica en la que no pasa nada espectacular, se corresponde con vidas que no ostentan famas, victorias, hazañas, requeridas por las hablas del capital.
La distinción entre vivir bien y vivir mejor retorna como legado inmemorial de sensibilidades que están en la vida de otras maneras.
Hablas del capital imponen la urgencia de tener que pasar de la nada a algo, que conciben como mejora.
Instituyen el imperio de la mejora como ideal de satisfacción, como bienestar superior, como resolución de carencias que la idea misma de mejora crea.
Encantar la nada supone encantar la vida, sin más. Sin requerimientos, sin resultados, sin nerviosismos consumidores.
La pequeña, abusada y violada, separada de su padre que la ofrecía como carne de intercambio, tras una larga semana en la que se sintió encerrada en el hospital, llena de furias y violencias, no queriendo hablar con nadie, de pronto, ya cansada de rechazarla pregunta a la psicóloga que vuelve cada mañana sin ninguna demanda: “Pero, vos, ¿por qué venís?”.
Encantar la nada o, tal vez, encantar la vida sin temor a la nada.
Vidas encantadas sin el imperativo de la hazaña ni el sacrificio, sin épicas de triunfos y derrotas, alientan potencias que no dominan, no poseen, no gobiernan.
6.
Quizás un día se declare el derecho a no ensamblar.
A permanecer en estado de desunión, desajuste, soltura. O el derecho a ensambles parciales, momentáneos, circunstanciales.
Un derecho que prevenga fanatismos de la vida en común.
El derecho a no ensamblar no abona individualismos.
Individualismos viven ensamblados en parejas, familias, empresas, cátedras, hospitales, gobiernos. Incluso muchas veces subordinan las fuerzas que concurren a esos ensambles en beneficios de los propios individualismos.
Soledades que no ensamblan no alientan aislamientos: resisten coerciones de la unidad.
El derecho a no ensamblar incluye el derecho a dormir en cualquier momento del día.
En proximidad con esta idea se encuentra “…el derecho a desertar de las sociabilidades mortíferas”, así presentado por Peter Pal Pelbart (2009).
7.
Quizás un día se declare el derecho a no hallarse.
No se halla en ninguna parte. No se puede acomodar en un rincón de la vida. No encuentra lugar en el bote repleto de historias naufragadas. Y no hay a donde ir.
Quizás un día se declare el derecho a las soledades que no se hallan en ningún lugar.
Se necesita imaginar un estar en común de soledades que no se encuentran a gusto o no quieren permanecer en un sitio.
Incluso un común sin obligación de lo común para quienes no pueden, no saben, no desean, estar en cercanías todo el tiempo.
“No me hallo en ninguna parte. No me siento bien en la casa con los muchachos, en el barrio. No tengo a dónde volver”.
El derecho a no hallarse requiere la invención continua de espacios de pasaje o no enraizamiento. Supone el derecho a juntadas erráticas, a vagabundear, a pasar por un lugar para estar solo un rato.
Se lee en Pichon-Rivière (1965) que las sensibilidades se aquerencian a rigideces a las que vuelven siempre.
Un lugar, papel, perfil, imagen, al que se regresa por el recuerdo o por la ilusión de que alguna vez se estuvo bien allí.
Pero, ¿a dónde retorna una sensibilidad que no se sintió ni se siente bien en ninguna parte?
Pichon-Rivière sospechó que el secreto consiste en no aquerenciarse a un solo lugar.
Pensó el estar en común como posible remoción de fijezas y expansión de querencias.
En la traducción de la correspondencia de Freud con Fliess, José Luis Etcheverry (1994) decide -por fin- traducir el vocablo alemán Trieb por querencia en lugar del vocablo pulsión que había empleado en su versión de las obras completas.
Se lee en Cervantes (1605): “Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo”.
La palabra querencia está lejos de la idea de instinto. Describe la tendencia a volver al lugar en el que se ha vivido bien.
Como se dijo, vidas después de los manicomios, a veces, no tienen a donde regresar.
Ponen a la vista un mundo casi sin querencias. Un mundo sin lugares en lo que se ha vivido bien.
Como antes y después de exilios o migraciones forzadas, no hay dónde ir ni a dónde volver.
8.
Quizás un día se declare el derecho al recelo.
A la sospecha de que lo mismo que protege puede dañar.
A la desconfianza en las disciplinas, las inter disciplinas, las trans disciplinas.
Recelos que guardan memorias de violencias, sometimientos, manipulaciones, dominaciones.
Recelos ante las ideas de progreso, orden, técnica, ciencia.
Recelo de sensibilidades que no terminan de pertenecer a las rutinas de la normalidades aunque participen de muchas de ellas.
Recelo como extrañeza sin fin.
Mientras paranoias sospechan de casi todo o se obsesionan por algo, recelos toman precauciones ante las buenas intenciones de quienes se presumen almas buenas.
Derecho al recelo ante la compasión, la piedad, la lástima.
Recelo ante cualquier forma de desigualdad.
Buenas intenciones (aún cuando actúen de corazón) pueden dañar.
Conviene tener con el corazón las mismas precauciones que con los neurolépticos.
No se trata de amar, sino de respetar o mirar con cuidado, lo que no se entiende, incluso lo que no se quiere o se rechaza.
Expectativas de mejorías o logros terapéuticos, pueden dañar.
Necesidades de reconocimiento que tienen quienes hacen clínica, pueden dañar.
Amores que desean el bien, que ejercen presiones y extorsionan a través de los afectos, pueden dañar.
Clínicas insurgentes tratan de estar lo menos nocivas posible.
A veces, accionan impulsos, presentimientos, intuiciones. Desarraigos que tratan de orientarse entre flujos emocionales que apabullan.
Advierte Vicente Zito Lema (2002) -en una obra de teatro que tiene por escenario un hospital psiquiátrico- una voz que desbarata las bondades de las voluntades clínicas. Una sensibilidad encerrada, llena de ira y desprecio, grita a una persona que la visita: “¡Palabras, palabras, que me tirás como si yo fuera un perro que devora las basuras de la vida!”.
9.
Quizás un día se declare el derecho a las astucias resabiadas.
Una proposición arraigada en el sentido común dice: “La astucia es la inteligencia de los débiles”.
La oposición entre fortaleza y debilidad se presenta como motivo común del patriarcado, el capitalismo, el colonialismo.
Clínicas que atienden demasías necesitan considerar que están ante sensibilidades que saben sobrevivir.
Sobrevivir a la coerción de las normalidades.
Sensibilidades que no temen a la intemperie ni al desamparo ni a quedar en el calle.
Sensibilidades que saben andar sin posesiones.
Habrá que sostener, en días venideros, clínicas que alojen vidas resabiadas.
Vidas que, aunque recelan, pueden entregarse al amor aunque vislumbren posibles desamores en todas las suavidades.
10.
Quizás un día se declare el derecho al hedor.
¿Cómo huelen emociones desmesuradas? ¿Sentimientos excesivos? ¿Pieles que transpiran abundancias de la vida?
Quizás se declare el derecho a ese vaho que desprenden cuerpos que sienten demasías.
A ese vapor que secretan vidas doloridas.
Derecho a lo salvaje, bárbaro, indómito.
Derecho a la grasitud, a vidas descamisadas y cimarronas. Reflejos defensivos ante desprecios coloniales y elitismos que huelen bien.
Derecho a las pestilencias que cobijan miedos y desamparos
Escribe Rodolfo Kusch (1961): “La verdad es que somos hedientos y que simulamos una pulcritud demasiado ficticia”.
Demasías hieden, normalidades se perfuman. Locuras cada tanto se bañan.
En el sintagma Civilización o barbarie, demasías suelen estar del lado de la barbarie, mientras las normalidades del lado de la civilización.
Como dice Rodolfo Kusch, un derecho que parte de reconocer que hay un hedor negado en la pulcritud de las normalidades.
Un hedor que se llama noche interminable, angustia que inunda océanos, amores que no terminan de lastimar, perderse, olvidarse.
Quizá un día se declare el derecho a gozar y liberar sabidurías del hedor.
También sabiduría del sobrevivir. Astucias y tretas del hedor. Fuerzas nacidas de la intemperie y el desamparo.
Pensar lo maloliente no como falta de limpieza, sino como presencias de materias que pujan por abrirse lugar en una civilización adversa a los fluidos que la vida secreta.
Al final, el hedor de la muerte.
11.
Quizás un día se declare el derecho a la antropofagia.
A devorar la moral del amo, junto con sus lenguajes y sus libros.
A fagocitar ternuras y excrementar violencias.
No se trata de comer carne humana.
El derecho a la antropofagia alude a incorporaciones de ideas no subordinadas.
Derecho a la antropofagia en homenaje a una de las primeras revueltas literarias del Brasil. Revuelta irónica ante pensamientos europeos acostumbrados a despreciar extrañezas declarándolas primitivas o salvajes.
Tupí or not tupí that is the question, una de las primeras proposiciones del Manifiesto Antropófago, firmado por Oswald de Andrade (1928).
¿Intento de pensar la dependencia cultural con el pensamiento europeo? ¿La cultura primitiva y salvaje de pueblos originarios y esclavos traídos de África se come al mundo moderno civilizado? ¿La alegría matriarcal, de antiguas comunidades, deglute el sistema burgués patriarcal?
Consignas del derecho a la antropofagia:
“Devorar la cultura de la normalización, sin dejarse devorar por ella”.
“Devorar las teorías de la falta, la carencia, la castración, la insuficiencia, el desamparo, la intemperie, sin inhabilitarse a pensar fuera de ellas”.
12.
Quizás un día se declare el derecho a molestar.
A incomodar las costumbres dominantes.
A trastornar la calma de lo establecido.
A alterar las relaciones de poder.
A frustrar diagnósticos que disciplinan.
A perturbar el orden de las normalidades.
A inquietar el sentido común.
A fastidiar a las políticas sanitarias y al derecho.
A estar ahí como piedra en el zapato de la civilización para que no olvide que lo que molesta tiene tanto derecho como lo que se acomoda complaciente.
Derecho a molestar como derecho a pensar.
Alcanza con recordar esas páginas de Platón en las que Sócrates, también conocido como el tábano de Atenas, importuna al Estado, como lo hace un tábano que despierta a un caballo dormido.
13.
Quizás un día se declare el derecho a devenir imperceptibles.
El derecho a la desnudez y al pudor, al reconocimiento y a la invisibilidad. Nunca uno sin lo otro.
Derecho a que la vida no quede capturada por una mirada que juzga y controla.
Derecho a lo que Fernando Ulloa llamaba el miramiento: una mirada que no evalúa, que no demanda, no controla, no vigila. Una mirada que acompaña y espera sin expectativas.
Derecho a resguardarse en la invisibilidad.
Sensibilidades que reaccionan con pudores, perdidos o nunca vividos, encantan carnes despreciadas. Pudores no como recatos, vergüenzas, velos morales, sino como suavidades que oponen reparo a violencias de la visibilidad.
Pudores que se ejercen como soberanías de lo incomprensible.
14.
Quizás un día se declare el derecho al animismo.
Derecho a escuchar voces y tener visiones.
Derecho de escuchar voces de dolores acallados de la civilización.
Derecho a tener visiones de afectos expulsados del mundo del capital.
Derecho a reconocer vida en lo que se considera inanimado.
Animismos que dramatizan sufrimientos no solo personales.
Animismos que encarnan crueldades comunitarias naturalizadas.
Animismos que ponen en escena voces de injurias y odios, de culpas y castigos, de horrores y miedos.
Vidas animadas de lluvias y pájaros.
Derecho, también, a considerar que todo lo viviente siente y habla.
Como escribe, desde las selvas guatemaltecas, Humberto Ak’abal poeta Maya’ K’iche’: “No es que las piedras no sepan hablar, solo guardan silencio”.
14 de septiembre de 2019.
Austin, John (1955). Cómo hacer cosas con palabras. Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
Cervantes, Miguel de (1605). Don Quijote de la Mancha. Libro I, capítulo IV. Páginas 54-55. Varias ediciones.
De Andrade, Oswald (1928). Manifiesto Antropófago. Revista de Antropofagia, Año 1, Número 1, mayo 1928.
Kusch, Rodolfo (1961). El hedor de América. Revista Dimensión. Buenos Aires, 1961.
Pelbart, Peter Pal (2009). Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. Tinta Limón Ediciones. Buenos Aires, 2009.
Pichon-Rivière, Enrique (1965). El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, 1979.
Skock, Susy (2011) Transpirando.
Skock, Susy (2017) Hojarascas. Ediciones Muchas Nueces. Buenos Aires, 2017.
Ulloa, Fernando (1995). Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Paidós. Buenos Aires, 1995.
Zito Lema, Vicente (2002). Una carretilla de música. En Todo es Teatro. Obras completa 1970-2015. Tomo 1. Universidad Nacional de Río Cuarto. Córdoba, 2015.