Por: Catalina Suárez* (Agencia de Información Laboral)
En su más reciente columna “Economistas y Economía del cuidado” José Félix Cataño, profesor de economía política de la Universidad de los Andes, habla de la economía del cuidado, desde donde elabora una crítica simple y conservadora y a la vez manifiesta “apoyar” las demandas feministas. Parece una buena ocasión para develar y exponer lo que pasa en la teoría económica.
A fuerza de organización política feminista y del movimiento de mujeres se ha logrado visibilizar y poner en el debate público el tiempo invertido y el valor socioeconómico de las actividades para la reproducción tanto física como emocional de las personas; pero sobre todo evidenciar la forma hetero-patriarcal en que la economía política, las teorías del valor y la sociedad capitalista han conceptualizado, organizado y relegado esta riqueza que beneficia a toda la sociedad: el cuidado.
Se trata del conjunto de actividades tan cotidianas y fundamentales como la planeación, gestión y preparación de alimentos, la compra, uso, limpieza y arreglo de ropas, la limpieza de platos, pisos, vidrios, baños, la higiene, desinfección y control de superficies, la disposición de basuras y en general la atención de las necesidades físicas, sociales y emocionales de niñas, niños, adolescentes, jóvenes, personas adultas, enfermas y/o con diversidades funcionales en la familia, es decir, personas en mayor o menor medida en situación de dependencia.
Bajo este camino, sería útil recordar brevemente las teorías hegemónicas de valor y las luchas políticas que este debate económico plantea. En el pensamiento económico moderno existen dos concepciones preponderantes de la creación del valor: la teoría clásica del valor-costo y la teoría neoclásica del valor-utilidad. Tal vez, se puede pensar, que ambas surgen de la realidad dual de la mercancía, su valor de uso y su valor de cambio, pero tienen enfoques conceptuales y políticos diferentes. Mientras la teoría clásica del valor plantea que esta relación es objetiva y se concentra en el tiempo socialmente necesario invertido en la elaboración de las mercancías, la teoría neoclásica cambia la perspectiva y plantea que esta relación es subjetiva, y depende de las necesidades o utilidades que las diferentes mercancías generan a las personas.
Al respecto de esta columna, dejaré a un lado la teoría de valor neoclásica, aunque cuente tanto con apoyos como criticas feministas, porque, a mi parecer político, su conceptualización tiene el objetivo de invisibilizar y hacer perder de vista las críticas heterodoxas a la teoría clásica que develan la contradicción del sistema capitalista entre valor-trabajo. Entonces, me situó desde la crítica heterodoxa clásica, pero para señalar también crítica feminista.
El feminismo, además de “reivindicar el fin de los trabajos obligados en los hogares [para las mujeres]” como lo señala el profesor José Félix, también pone en evidencia acerca del “cuidado” que las lógicas de dominación y opresión masculina han sido normalizadas en los marcos teóricos hegemónicos de la representación de la realidad social y, en particular, de la teoría económica; y que estas relaciones de poder y dominación son naturalizadas y reproducidas por:
- La romantización y naturalización de los roles de género dentro del hogar.
- El sesgo androcéntrico en la construcción de la teoría del valor-trabajo.
- La centralidad del mercado, la autonomía y la universalización del sujeto económico.
Las economistas feministas ofrecen al menos tres criticas teóricas fundamentales al paradigma económico que pueden ser útiles para los economistas y para situar el debate
A propósito de la mencionada columna que suscita este debate, es importante recordar que somos justamente “las economistas feministas” y no “los economistas” como lo señala el docente, quienes estamos contribuyendo a exponer las lógicas de poder masculino que funcionan en la misma construcción de la teoría económica (incluyendo la heterodoxa). En este sentido, las economistas feministas ofrecen al menos tres criticas teóricas fundamentales al paradigma económico que pueden ser útiles para los economistas y para situar el debate.
- Critica a la centralidad del mercado y al trabajo asalariado: La economía del cuidado ha puesto la luz en el tiempo invertido en la reproducción de la fuerza de trabajo. Ha sacado a relucir, en términos de la teoría heterodoxa del valor-trabajo, este tiempo socialmente necesario para producir, nada más y nada menos, que la fuerza de trabajo, para hacer posible su valor de uso, a saber, la creación de valor. La situación es que este tiempo socialmente necesario -sin el cual sistema capitalista simplemente no podría generar valor- en el pensamiento económico se encuentra invisibilizado- no se considera trabajo, es decir, se considera tiempo sin valor socioeconómico por estar por fuera de la esfera mercantil, pues los economistas clásicos piensan que como no se compra en el mercado no hay lugar en donde se valorice socioeconómicamente. Se los olvida decir que es expropiado a la mujer en el hogar y desde allí se valoriza. Así, la fuerza laboral se entiende solo bajo una frontera mercantil-salarial que no discrimina en el tiempo de trabajo que esa fuerza laboral tiene incorporada para su funcionamiento ni tampoco en el tiempo del cual se la libera al no tener que autocuidarse ni cuidar a otros.
- El valor económico del trabajo del cuidado ha sido expropiado a la mujer: Luego, esta concepción del valor socioeconómico solo en la esfera mercantil-salarial no repara en el valor del tiempo del trabajo doméstico no remunerado (que se puede pensar funciona como un subsidio a la tasa de ganancia) y que se traduce también en su valoración en la esfera productiva: se infravalora este tiempo socialmente necesario y se identifica como tiempo femenino. La tensión entre producción y reproducción no puede solo apelar a una “realización salarial de las mujeres” sin entrar en la discusión de las contradicciones internas del sistema económico en cuanto a la formación de valor, los roles de convivencia social y el ajuste en las formas de remuneración. En este aspecto la economía del cuidado, apelando a la experiencia femenina, considera que “lo económico” no sucede únicamente en los mercados, y se diferencia de corrientes heterodoxas, que al igual que la economía ortodoxa, usan solo la línea mercantil-salarial para definir el tiempo que tiene valor económico del que no.
- El género sí importa y mucho: La otra crítica importante es que introduce la división sexual de trabajo como una condición económica estructurante del capitalismo, por lo que las relaciones de género materiales y simbólicas son económicamente relevantes. A diferencia de las corrientes ortodoxas y de algunas corrientes heterodoxas, para la economía del cuidado el género no es solo una variable social más sino una categoría analítica para ver las concepciones hetero-patriarcales dentro del sistema y la teoría económica.
Reconocer que hay una redistribución del valor económico (PIB) en la remuneración por los trabajos del cuidado, y a la vez sostener que las actividades del cuidado no crean valor económico es la sentencia de una teoría económica androcéntrica, pues es claro que desconoce el valor económico del tiempo de las mujeres expropiado en el hogar, y el impacto que tendría su liberación en una mayor absorción de su mano de obra para aumentar ingresos.
Bajo este nuevo lente teórico, las criticas feministas articuladas con el concepto de economía del cuidado tenemos el objetivo político de dar visibilidad económica a este trabajo oculto: su volumen, relevancia y su distribución. Para esto hemos contado con dos herramientas metodológicas principales: las encuestas de uso del tiempo y las cuentas satélites de trabajo doméstico no remunerado con varias metodologías para su valoración: arrojando como resultado en más de una decena de países que el tiempo del trabajo doméstico no remunerado es tanto o igual al tiempo del trabajo remunerado, y con valores que oscilan entre 15% y 65% del PIB.
Estas mediciones empíricas revelan, como se ha dicho, su potencial redistribución económica, e incluso poniendo en relieve la contradicción “amplia” entre la acumulación de capital y la reproducción de la vida, pues el PIB no aguantaría esos niveles de redistribución, es decir, no habría tasa de ganancia si el capital reconociera el valor económico del trabajo doméstico que ha sido expropiado. No obstante, en sintonía de critica feminista, es claro que estos valores empíricos usados políticamente para visibilizar el trabajo doméstico no equivaldrían a su potencial valor mercantil, ya que esto sí supondría una liberalización de tiempo con valor económico, pero a la vez una reorganización de las esferas (productiva y reproductiva) y su forma de remuneración, que dependen de una lucha política y social que además podría no afectar sustancialmente la división sexual del trabajo sino reproducir los mismos sesgos de género, pero ahora externalizando y mercantilizando. El asunto político feminista es el reconocimiento y no su solo monetización.
Una apuesta feminista es un sistema de cuidados que reconozca el valor socioeconómico del trabajo de cuidados no remunerado, ponga las actividades de cuidado y no la acumulación de capital en el centro y se organice con base en la corresponsabilidad de este trabajo entre el Estado, el mercado, las familias y la comunidad.
Pretender hablar de economía del cuidado solo con impresiones empíricas y sin conocer o reconocer con seriedad las críticas feministas a las teorías ni los referentes políticos que desde allí se sugieren, es un ejercicio más de una larga lista de dominación masculina en la construcción de conocimiento.
Nadie se opone a la posibilidad de articulación entre las corrientes económicas heterodoxas y el feminismo, como ha sucedido en algunos casos de forma fructífera y emancipadora en teoría y práctica, pero esta articulación no pasa por la simplificación del pensamiento feminista en la teoría económica: como nos sucede en la mayoría de veces en la vida no solo basta con decir que se apoya el feminismo, pero bienvenido al debate.
*Este texto contó con el apoyo de Rocío Pineda y de Francis Corrales