La demora


Por Ignacio Pizzo (*)   

pobreza12-12(APe).- Cuando se hace mención a la salud  la tendencia es asociar este término con medicina, sin embargo una ínfima porción de la vida humana es abordada por los médicos que casi siempre llegamos tarde. Esa demora  no es solamente la que soporta el paciente en sala de espera, entendiendo por paciente “el que en paz espera”. La demora, la postergación, la deshumanización comienza  desde la concepción misma del estado nación que decide en forma digitada, a través de su estructura, quién quedará dentro  del contrato social y quiénes serán los ignorados a los cuales se les echará mano para sostener a los de adentro.

La desgastada frase no hay enfermedades sino enfermos tiene vigencia al momento de entender que en Argentina la mortalidad infantil, indicador indirecto de desnutrición, se presenta de manera estratificada, por clases sociales por supuesto, en diferentes sectores de nuestro extenso territorio. Tal es así que el mismo Ministerio de Salud de la Nación nos otorga las cifras y nos dice que en Formosa la tasa de mortalidad infantil es de 20,5 por mil, y en Tierra del Fuego 4,6 por mil. La Ciudad Autónoma encabezada por el jefe de gobierno informal y descontracturado, tiene en el sur 2,5 veces más mortalidad infantil que en el norte. Esta matanza diferencial, no tiene sus raíces solamente en una andamiaje sanitario deficiente y colapsado. Aunque la melancolía y la nostalgia no son las compañeras a las que quisiera recurrir, la cita con ellas es imperiosa. Las viejas postulaciones de la medicina social de 1848, que tiene como referente al patólogo alemán Rudolph Virchow, en América Latina a Salvador Allende, y en Argentina a Salvador Mazza y Ramón Carrillo, destacan que la ciencia médica es prácticamente inútil si no está presente en la población aquella vestimenta que da aire de dignidad al ser humano y lo hace lucir persona, vale decir una nutrición adecuada, un techo bajo el cual habitar, el trabajo como factor humanizador , y podría seguir nombrando esa larga lista de lo que denominamos factores de riesgo y que están agrupados en la bibliografía bajo un término nefasto: “necesidades básicas insatisfechas”, esta aberración da por naturalizado el hecho de que un insumo básico no está al alcance de la mayoría de nuestros habitantes.

La paradoja de nuestro sistema es que  los mismos que ejercen la opresión publican los datos, así como nos dicen  en nuestra cara, que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. Es decir, aquellos que frecuentan ese reducto llamado Congreso que hace no mucho tiempo se han puesto en plan de engorde mediante una dieta hipercalórica. Mientras esta obscenidad de aumentar los sueldos de legisladores era mostrada por los noticiosos, en la guardia del hospital la enfermera me comunicaba que no había algodón, sabrá el lector que este elemento no justifica su ausencia por su alto nivel de de complejidad y  su elevado precio. Y si la mortalidad infantil, o más específicamente la tasa de  crímenes por hambre, sigue en dos dígitos, pese a que viene en descenso, nos deja entrever que el capitalismo es cada vez más serio. Estas palabras  no pretenden jactarse de estar realizando un descubrimiento, sino de tratar de esclarecer por qué  una porción importante de la vida que es nuestra salud, aún está lejos de estar en manos del pueblo. El estado se adjudica el don de impartir los títulos, entonces hay personas de mejor calidad, hay medio pelo y hay infrahumanos. Por eso tenemos hospitales rurales, unidades sanitarias con techos que se llueven y ruinas hospitalarias urbanas para el pobrerío, tenemos obras sociales con leyes vigentes desde la dictadura de Onganía para el trabajador que cuenta con esas migajas que son los beneficios del trabajo en blanco donde las desigualdades se mantienen, ya que por ejemplo  en el caso de los trabajadores portuarios el monto destinado para la atención de su salud a un estibador es  148 pesos y a un comisario naval 528 pesos y por último o por primero la prepaga que es juntamente eso, uno paga por lo que aún no le ocurre, y dentro de esta isla existe una pirámide que otorga tal o cual beneficio de acuerdo al monto, uno es más o menos ser humano según el plan que tenga.

La calamitosa estructura sanitaria estatal cubre al 48 % de nuestra población, que no cuenta con otra opción, los más vulnerables son los más descuidados, por eso asistimos  a esos cuerpitos frágiles que a través de su llanto nos comunican que somos inexorablemente culpables, por dejarlos a merced de los virus que se acercan relamiendo la muerte, al olfatear que nuestros cachorros humanos no cuentan  con la barrera inmune que los detenga, y en ocasiones somos meros espectadores  de la crueldad viendo cómo se nos deshacen esas almitas  hambrientas de ternura, mediante diarreas prolongadas, bronquiolitis eternas e incurables, expresiones del abandono por acción o por omisión, porque como sociedad los atormentamos desde la cuna al ataúd, quitando insumos básicos primero y  ofreciendo municiones policíacas y paco después, si es que ese después llega. No obstante cuando ese pedacito del mundo único e irremplazable con su organismo enfermo logra recuperarse, es una evidencia que nos desarma y nos pone en segundo plano porque ellos son los que  irrumpen desde lo inesperado y continuarán allí como testigos y jueces aferrándose  a nuestro hombro, para darnos una segunda oportunidad de abrazarlos y que en una tierna simbiosis podamos devolverles lo que se les robó tantas veces: sus pequeñas vidas.

(*) Médico generalista en Casa de los Niños, Fundación Pelota de Trapo.

Fuentes de datos: 
Encuentro de Medicina Social 2011. Ministerio de Salud de la Nación.

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