Desde hace no tantas generaciones nos hemos acostumbrado a la práctica de la vacunación desde la infancia. De niños hemos sufrido – pataleando violentamente, intentando escapar o llorando en silencio y humillados – pinchazos inexplicables, con el visto bueno de nuestros mayores. Era por nuestro bien. Para permanecer sanos y libres del riesgo de contraer enfermedades infectocontagiosas y otras propias de la infancia. Para traer seguridad y tranquilidad a los hogares. Por eso hoy nos parece natural esta práctica innovadora, inexistente hace menos de 100 años, y por millones de años previos.
En los últimos tiempos, fueron desarrolladas más y más vacunas, y para el 2015 el esquema de vacunación obligatoria argentino incluirá 19 vacunas, de las cuales 13 fueron incorporadas en la última década.
Al mismo tiempo, van siendo cada vez más los padres y las madres que rechazan vacunar a sus hijos, una postura inexplicable e incomprensible para quienes indican y administran vacunas desde las instituciones sanitarias y para la sociedad en general, en donde el mito de que fueron las vacunas las que salvaron a miles de personas en el mundo goza de buena salud. Pero los espacios para conversar sobre el asunto entre “defensores” y “detractores” o “críticos” de las vacunas no aparecen. Tampoco las explicaciones que madres y padres solicitan a la hora de dar su consentimiento para que sus hijos e hijas sean inmunizados.
Desde varios grupos y colectivos estamos reuniendo información, reflexionando acerca del asunto y proponiéndonos generar esos espacios de pensamiento libre, crítico, colectivo y autónomo, porque la salud y la vida son temas demasiado importantes como para que otros se ocupen de decidir sobre ellos.
Acá van un par de aportes y reflexiones.
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