Veinte años en que las agroindustrias han devastado los sistemas alimentarios
A principios de los noventa, las corporaciones eran una amenaza latente, un grupo que en las discusiones y negociaciones impulsaba con fuerza el modelo industrial de agricultura que destruía la biodiversidad agrícola, mientras decía promover la producción y la abundancia de alimentos.
Veinte años después, el poder corporativo en el sistema alimentario ha crecido tanto, acapara tantas relaciones y segmentos de la cadena alimentaria, que hoy son las corporaciones quienes fijan las reglas globales mientras los gobiernos y la investigación pública siguen sus directrices.
Este estallido de cambios ha sido devastador para la biodiversidad del planeta y para la gente que la cuida.
Las corporaciones utilizan todo su poder para expandir los monocultivos, intentan acabar con los sistemas campesinos de semillas y se han logrado colar a los mercados locales.
Esto hace mucho más difícil que los campesinos se mantengan en sus tierras y alimenten a sus familias y comunidades, pero organizados en movimientos sociales resisten ante el control cada vez mayor de las agroempresas metidas en el sistema alimentario global.
Ofrecemos un breve panorama de la expansión de las agroempresas en el sistema alimentario global durante los últimos veinte años.
La pugna por el control de las semillas
Concentración. La industria semillera se transformó dramáticamente en los últimos veinte años. De ser una industria con pequeñas compañías semilleras y programas públicos, pasó a ser una industria dominada por un puñado de corporaciones transnacionales.
Hoy, apenas diez corporaciones controlan cerca de la mitad del mercado global de semillas comerciales. La mayor parte de estas corporaciones son productores de agrotóxicos que impulsan cultivos modificados genéticamente que puedan aguantar una agricultura con insumos químicos intensivos.
El enorme control corporativo sobre las semillas se centra en cultivos como la soya [soja], la canola y el maíz —de los cuales las compañías ya cuentan con variedades comerciales genéticamente modificadas (GM).
Se centra en países con mercados más o menos grandes de semillas comerciales, mercados que permiten comercializar variedades GM (en Estados Unidos, tan sólo una compañía, Monsanto, controla más de 90 por ciento del mercado de semillas de soja).
En su avidez de control, las corporaciones buscan abrirle mercados a los cultivos transgénicos o apropiarse de los mercados potenciales donde los cultivos GM no tienen aún gran presencia. Con esto último, logran asociarse con semilleras más pequeñas, y comprarlas eventualmente (como hizo Monsanto al asumir el control de la compañía semillera Seminis, o como hace Limagrain al comprar semilleras de trigo en el continente americano o semilleras de arroz en Asia). También desarrollan híbridos y/o variedades transgénicas para cultivos como el arroz, el trigo o la caña de azúcar que hasta ahora el sector privado no había podido involucrar debido a la práctica generalizada entre los campesinos de guardar sus semillas año con año.
Privatización. Al surgir las corporaciones transnacionales de semillas, los sistemas públicos de mejoramiento de cultivos, tan significativos hace veinte años, quedaron reducidos a ser contratistas del sector privado.
Ahora el sistema del CGIAR está coludido con las transnacionales, emprende un número creciente de proyectos de investigación y desarrollo conjunto en pos de OGM y cuenta con programas de asociación en sus centros experimentales, que venden su material de reproducción al mejor postor. Las instituciones nacionales de investigación y las universidades van por el mismo camino: se comportan más como compañías privadas que como instituciones con mandato público.
Los sistemas públicos de semillas están desapareciendo. Y puesto que la fuente principal de semillas son los campesinos, el sector privado busca entrar en el nicho campesino tradicional con la colaboración de las instituciones públicas de investigación.
Fuente: CUADERNILLO 33 – BIODIVERSIDAD 66 • OCTUBRE 2010 GRAIN