Nota de Agencia de Noticias Pelota de Trapo / Por Ignacio Pizzo (*)
Treinta y tres años después de la asamblea de la Organización Mundial de la Salud que determinó, ambiciosamente, el objetivo de Salud para Todos en el año 2000, los niños siguen muriendo de desnutrición en Salta. Y en Misiones y en Formosa y en el conurbano. Hay más de mil millones de hambrientos en el mundo. En 1977 la OMS lanzó la proclama y en 1978, en Alma Ata, se definió como estrategia la Atención Primaria de la Salud (APS) para lograr el objetivo.
Ya a mediados del 2011 -poco más de una década después del fin del mundo- no existe una ciudad espacial habitada por extraterrestres en lujosas naves con forma de platos de acero inoxidable rodando por Callao. Sí existe -sigue existiendo- el lujoso Sheraton Hotel. La Salud para Todos no pasó de la proclama y sí está en vigencia el Fútbol para Todos. Lo que fue un objetivo, un sueño, no sólo no es real sino que se transforma en una pesadilla para aquellos que acuden de madrugada buscando atención médica a la guardia de algún hospital del conurbano bonaerense (por mencionar un aislado y acotado ejemplo). Y, en el mejor de los casos son tomados como objeto de estudio. Ya ni la ternura del conejillo de indias.
Aquel sueño era el “qué”. Contenía también el cuándo: en el 2000. Y el cómo: a través de la Atención Primaria. Sin embargo no se pudo prever que la Atención Primaria se transformaría en Atención Primitiva y que nuestros centros de “salud”, propagan la enfermedad de un estado que, particularmente en Argentina, dio lugar a que cada provincia, en forma casi azarosa, tenga autonomía para desarrollar su propio sistema de salud y por lo tanto libre albedrío.
Volviendo al sueño que fue firmado por ministros de Salud de todo el mundo (entre ellos el pediatra Teniente Coronel de Navío de la Argentina de aquel entonces), esta respetable organización (por muchos otros motivos), hoy parece no hablar acerca de por qué no se logró el objetivo. Contrariamente, estableció desde el 2006 nuevos indicadores para medir el peso y la talla de nuestros niños y niñas.
En 1993, dada la necesidad de la existencia de nuevos estándares, se encomendó a la OMS estudiar el tema y preparar referencias con niños criados según recomendaciones actuales de alimentación y salud determinadas por ese organismo. Consecuentemente, la Organización Mundial de la Salud, con la colaboración de la Universidad de las Naciones Unidas, cumplió con lo encomendado, realizó un estudio multicéntrico que incluyó a ciudades de los cuatro continentes: Pelotas (Brasil), San Francisco (EE.UU.), Oslo (Noruega), Accra (Ghana), Nueva Delhi (India) y Muscat (Omán).
Hay diferencias en los patrones de crecimiento, entre los nuevos y los nacionales, especialmente durante la primera infancia. Por ejemplo, en los parámetros para evaluar el crecimiento de niños entre 6 meses y 5 años, lo que en términos prácticos significa que niños que antes eran considerados bajos de peso, no lo serán más porque se amplió el rango. Muchos de los que antes estaban desnutridos, mágicamente dejarán de estarlo.
Existirá una disminución del 50 % de la prevalencia de niños de 6 meses a 5 años con desnutrición global, un aumento del 75 % de la prevalencia de niños de 6 meses a 5 años acortados y un aumento del 125 % de la prevalencia de obesidad.
Las tablas de la OMS (estándares) fueron confeccionadas a partir de una muestra altamente seleccionada de la población de seis países, con niños que crecen en óptimas condiciones de salud y atención, en un medio socioeconómico y condiciones ambientales altamente favorables. Estos estándares tienen un carácter prescriptivo, es decir, muestran que los niños deben crecer de esta manera. Las curvas de la OMS no muestran, estrictamente hablando, el crecimiento de niños alimentados a pecho solamente: muestran las curvas de niños altamente seleccionados, alimentados según recomendaciones de la OMS, de un nivel socioeconómico alto, que viven en condiciones medioambientales muy favorables, con madres no fumadoras y un control sanitario regular y periódico.
Sin incurrir en más datos técnicos creo que lo expuesto es suficiente para deducir que estamos muy lejos de cumplir las recomendaciones que “harían falta” para aplicar estos parámetros y, así sean un modelo a seguir, estas nuevas tablas no van a obligar a nuestros gobiernos a crear las condiciones necesarias para que nuestros niños adhieran a ese concepto de normalidad que pretende la OMS. Aunque sí, como se hizo alguna vez en Misiones, nuestros sanitarios gobernantes (en el peor sentido de la palabra) estarían dispuestos a ocultar datos, obligando al sector salud a tomar niños desnutridos como normales.
Lo cierto es que la desnutrición existe, mutila, desespera y deja marcas indelebles en las neuronas de nuestros pibes. Esas neuronas soportan ataques múltiples. Entre ellos el del paco, para completar su extinción. Las niñas desnutridas serán madres desnutridas y tendrán hijos desnutridos (aquí sí la medicina es una ciencia exacta).
Según el FMI y el Banco Mundial (socios de la OMS), la condiciones de extrema pobreza que creó la última crisis económica contribuirían a la muerte de 1.200.000 niños en todo el mundo -entonces el muerto que vos matáis goza de buena salud- y las grandes potencias tomaron urgentes medidas para salvar al capital financiero.
En Argentina el ajuste vino por el lado de la inflación, que limita el plan de “asistencia alimentaria de la niñez”, unido al hecho que además de no estar unido este plan al criterio de universalidad, de los cuatro millones de chicos que estaban afuera de todo tipo de apoyo social hay casi tres millones que no han podido ingresar por las formalidades que para hacerlo exige el gobierno.
Luego de este paréntesis, está de más decir que las tablas de la OMS son como los nuevos mandamientos y tienen como “Moisés” a nuestros presidentes, sólo que “la necesidad tiene cara de hereje”. Las caras son las de los chicos que son herejes por no cumplir con los criterios de normalidad que predice este organismo.
No obstante esta “herejía” de ser un niño criado en la Argentina hermanado con otros muchos países, no se puede explicar sólo por la existencia de un sistema de salud ineficiente. Ramón Carrillo manifestaba que “no hay política sanitaria si no hay política social”. La desnutrición (vale decir el hambre), el dengue, la gripe A, el Chagas, la tuberculosis, etc., exigen no sólo respuestas médicas, la falta de alimentos, de agua potable, las viviendas precarias, el hacinamiento, son causas de enfermedad. Y los microbios “… unas pobres causas” (otra vez el gran Carrillo).
La medicina social, una importante corriente latinoamericana, tiene viejas raíces. Rudolf Virchow, un destacado patólogo alemán en el que se corporizó el movimiento de medicina social europeo, fue uno de los primeros en analizar las causas sociales de la enfermedad y pensaba a la medicina como una ciencia social. Coherente con sus ideas, Virchow, participó con las armas en la revolución alemana de 1848. Seguidores suyos emigraron a América a principios del siglo XX y, por ejemplo, en Chile tuvieron influencia en una generación de estudiantes de medicina. Entre ellos Salvador Allende, quien luego sería presidente de ese país.
Nuestro desafío es seguir este camino de la Medicina social, ampliando nuestra visión, y apuntar a que el pueblo tome la salud en sus manos, más allá de que organizaciones sociales, trabajadores de salud comprometidos (muchas veces sometidos a condiciones inhumanas), organismos de salud bien intencionados pero limitados en su labor, están dando como pueden respuestas directas en el proceso salud -enfermedad. Sabemos que esto no alcanza y que hace falta inmiscuirse en un sueño concreto que resuene por las calles como aquel grito de aquella hermosa generación del 70 que pregonaba “el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”.
Fuentes de datos:
Arch Argent Pediatr 2007; 105(2):159-166/ Revista PyT Nº88(101)/ago-oct 2009/ Page last edited Sun Dec 02 23:17:46 UTC 2007.
(*) Médico en Casa de los Niños, Fundación Pelota de Trapo.