Entre la inmoralidad y la estupidez


 Por Gonzalo Fanjul.

Cuando se escriba la historia de esta pandemia, será difícil decidir si pesó más la inmoralidad de los países ricos o su estupidez. 17 meses después de que la OMS declarase una emergencia global por el virus SARS-Cov2, estimaciones fiables (The Economist) sugieren una cifra real de muertos que triplica los 5,2 millones declarados en las estadísticas oficiales. Muchos de estos muertos, posiblemente la mayoría, han sido enterrados en los países pobres. El coronavirus ha arrasado con sociedades, economías y sistemas de protección, devolviendo los niveles de pobreza a la situación de hace dos décadas y generando una crisis de endeudamiento que dejará la de los ochenta en un resfriado financiero.

Si las vidas de quienes sufren la pobreza no valen nada, ¿cuánto valen las nuestras? Desde el punto de vista epidemiológico, la estrategia de las economías más desarrolladas ha sido todo un disparo en el pie. Cada una de las advertencias de la comunidad científica acerca de las mutaciones de este tipo de virus y de la imposibilidad de hacerle frente en silos han chocado con el pavor electoral de nuestros gobernantes y el desinterés de nuestras sociedades. Como niños opulentos y caprichosos, el mundo rico acapara diagnósticos, tratamientos y vacunas mientras sus ciudadanos bailan en las discotecas y se manifiestan en las calles reclamando la libertad de vivir contagiados.

La fotografía de la inmunización global es obscena. En el momento de escribir estas líneas, la tasa de población que ha recibido al menos una dosis de alguna vacuna contra la covid-19 es en Estados Unidos del 69%, en la UE del 70% y en África del 11% (Our World in Data). El mecanismo Covax —para la inmunización de los países de renta baja— solo ha logrado financiar hasta ahora 433 de los 2.000 millones de dosis que debían cubrir la vacunación completa del 20% de la población mundial. Únicamente el 4% de los más de 7.000 millones de dosis producidas hasta este momento han llegado a los brazos de la población más pobre.

Desde el punto de vista epidemiológico, la estrategia de las economías más desarrolladas ha sido todo un disparo en el pie

Ni siquiera en medio de la mayor expansión fiscal que se recuerda desde la Segunda Guerra Mundial los países desarrollados han sido capaces de encontrar las migajas que permitirían financiar el esfuerzo global de vacunación. Peor aún, sus gobiernos han obstaculizado de manera activa las excepciones de la propiedad intelectual y la transferencia de conocimiento que hubiesen permitido escalar la producción de dosis en países de renta media como India, Brasil o Sudáfrica.

Ahora nos enfrentamos a una nueva variante que amenaza con echar por tierra parte del extraordinario esfuerzo realizado hasta este momento. ¿Y quién puede decir que está sorprendido? “Nuestro fracaso para poner vacunas en los brazos de la gente del mundo en desarrollo se está volviendo ahora contra nosotros”, afirmaba este viernes Gordon Brown en un amargo comentario para The Guardian. La variante B.1.1.529 parece ser más contagiosa que las anteriores y todavía ignoramos si nuestra caja de herramientas farmacéutica es efectiva contra ella.

Las certezas científicas tardarán aún algún tiempo, pero eso no ha impedido a Europa apretar el acelerador en medio de la curva. Se vuelve a cortar la relación con el sur de África —que ha informado de manera rápida e impecable sobre la nueva variante— y a culpabilizar a la víctima por su situación. Tal vez alguien debería preguntarse por qué la media de inmunización (una sola dosis) en los siete países apestados está por debajo del 25%. Parecemos cínicos, pero creo que simplemente somos estúpidos.

Fuente: El País.

*Gonzalo Fanjul es director de análisis del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal).