Formosa | Los pueblos olvidados


TAPA-62¿Qué es ser jóven wichí hoy? Es la pregunta que intenta reponder esta cuarta entrega sobre la vida cotidiana, padecimientos y necesidades de los jóvenes que integran las comunidades wichí de Formosa.

Cuando comenzamos a recorrer las comunidades wichí en Ingeniero Juárez y sus alrededores veíamos la cantidad de jóvenes que integran las comunidades. A cada paso nos encontrábamos con bebés, niños/as y jóvenes adolescentes que se acercaban y, tímidamente, nos regalaban sus sonrisas, sus miradas, su palabra… Por supuesto, en wichí, porque las comunidades reciben muy bien a todo gringo o forastero que se acerque, con el fin de conocer, aprender y dialogar sobre su realidad.

Así, entre risas y dolores del alma, y de panza también, nos contaban como es la realidad para un niño o niña wichí: “A veces no tenemos agua, pero si hay plata vamos con los grandes al pueblo y compramos en botella”, nos cuenta un chico de 16 años de la comunidad.

“Acá siempre vas a ver muchos chicos corriendo y jugando en el monte, porque ellos están contentos de estar acá” – nos cuenta el cacique de la comunidad el Pirisal, a 27 km de Juárez – Ellos saben que el monte es parte de nuestra vida, el nos protege y nos dá el alimento y el agua, lejos de la mezquindad que encontramos en el pueblo”. Claro que la complicidad política y la lejanía del pueblo, en el Impenetrable, no son cuestiones menores.

Muchos chicos acá se mueren por desnutrición, por tuberculosis, dengue, porque estamos lejos, y si alguno se enferma hay que llamar a un “flete” para llevarlo al hospital”, cuenta el presidente de la comunidad de Pozo de Pato, a 30 km del pueblo. “Muchas mujeres mueren con sus bebés en la panza, porque hubo una complicación y no son atendidas a tiempo”, continúa su relato.

Los mas chicos van a la escuela, que sólo en dos comunidades de las que visitamos estaba cerca. La mayoría de las escuelas están a 7 o 10 km y los chicos se trasladan en bicicleta o a pie. Algunas escuelas cuentan con comedor, pero los días de lluvia es imposible llegar. Los chicos se enferman, no hay puestos sanitarios y las ambulancias no llegan.

Otro problema presenta el Mal de Chagas, por la presencia de la vinchuca en los toldos y en los ranchos, por esto es que en verano los chicos duermen (junto a los adultos) a la intemperie, época en la que están mas expuestos.

Las niñas wichis no saben castellano y pasan su vida en la comunidad, aprendiendo las virtudes del tejido y del chaguar, haciendo artesanías para luego vender, o ayudando a las mujeres en la limpieza de los ranchos y alimentando a los animales (cuando hay alimento). Los varones se encargan de hachar leña, hacer changas para conseguir dinero, siembran (el que tiene semillas y herramientas) y recorren kilómetros hasta el canal donde orinan los chanchos, para traer esa agua, la única disponible.

Y si de golondrinas se trata, los jóvenes wichi de esto mucho saben. Cuando tienen edad suficiente, un gran número de varones migran a la primer oportunidad laboral, en la cosecha de limones en Salta, o hachar en algún campo de Formosa, por magros salarios.

Los que menos suerte tienen, recorrerán las “gamelas” que alojan en época de cosecha de manzanas a los trabajadores golondrina en Río Negro, como fuere el caso del desaparecido en democracia por la policía de Choele Choel, Daniel Solano.

Porque en Formosa, “la tierra de Gildo”, el indio no estudia, no trabaja. No hay oportunidad para el indio. Porque el indio es indio, y no le sirve al mercado y a la lógica del capital.

Imágenes y crónica: Esteban Ruffa.

Fuente: ANRed

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