Los titiribióticos: con la terapia de la fantasía


Los chicos internados en los hospitales públicos de la provincia son visitados desde hace un año por un grupo de titiriteros que decidió dedicarse especialmente a ellos. “Queremos que una jeringa nunca más vuelva a ser sólo una jeringa sino que también pueda pasar a ser un auto o un cohete”, dice el impulsor de esta valiosísima propuesta.

Por Carlos Gassmann

Las salas de internación pediátrica de los hospitales Manuel Belgrano y Eva Perón de San Martín, Cordero de San Fernando y Ramón Carrillo y Bocalandro de Tres de Febrero son sólo algunas de las que durante 2011 sabrán del paso de Los Titiribióticos.

Este grupo de titiriteros profesionales preparados para desarrollar su tarea entre los chicos que ocupan las camas de los nosocomios públicos viene trabajando en este proyecto desde hace más de un año.

Omar Álvarez, un maestro del rubro con brillantes antecedentes nacionales e internacionales, se encargó para ello en su Centro Cultural Espacios de Villa Ballester de seleccionar y capacitar a egresados de la Escuela de Titiriteros del Teatro General San Martín y de la Tecnicatura de Objetos y Títeres de la Universidad Nacional de San Martín.

Decidieron bautizar al programa Lo máximo de lo mínimo, ya que el desafío creativo fue obtener la máxima potencialidad de un tiempo, un espacio y unos materiales muy acotados, restringiéndose al uso de las manos, de las sombras, del papel y de los elementos habituales en ese entorno.

Así, vestidos con delantales de colores que buscan romper el blanco hospitalario, estos artistas intentan proporcionarles un momento de alegría a los pequeños enfermos transformando en personajes de sus obras a las jeringas, las tapas y los frascos de los remedios. Esta resignificación de lo cotidiano mediante el juego apunta a mejorar el estado de ánimo de los chicos, ayudándolos de este modo en el proceso de recuperación de su salud.

Para eso, ocho titiriteros ingresan a la sala de internación pediátrica de cada hospital, se dirigen cada uno a una cama distinta y realizan una presentación de unos pocos minutos de duración.

El equipo cuenta con la coordinación de Roxana Bernaule, Vanina Grossi y el propio Álvarez y está integrado por los titiriteros Antonio Quispe, Claudia Soler, Gladys Garnica, Gastón Guerra y Eduardo Páes, todos residentes en el conurbano bonaerense. Cuentan con el apoyo de la Comedia de la Provincia, dependiente del Instituto Cultural bonaerense, y de las Jefaturas de Servicios Pediátricos de la Dirección Provincial de Hospitales del Ministerio de Salud.

La Pulseada dialogó con Omar Álvarez sobre la novedosa actividad solidaria que vienen desplegando:

-¿Cómo nació esta iniciativa? ¿No conocían ningún antecedente o se inspiraron en alguna experiencia anterior?

-Una de las integrantes del equipo capacitador es paciente oncológica y ha pasado por el trance de estar largas temporadas internada, con todo lo que significa la vida hospitalaria: hastío, temor, angustia, dolor, aburrimiento, tiempos muertos… Entonces, pensando en la cantidad de chicos que padecen la misma situación, que tienen vedadas las posibilidades de juego y de esparcimiento, tuvo la idea de crear pequeñas obras que los estimulen y les cambien el humor. A la propuesta se unió luego otra compañera que es clown y que ya venía trabajando en los hospitales a partir de la iniciativa de Patch Adams. Más adelante me sumé yo. La Comedia de la Provincia me había convocado para capacitar profesionalmente a los titiriteros de la región. Me pareció que esta idea podía crecer al amparo del Estado y volver a la sociedad de un modo práctico, tangible y útil, que fuera a la vez profundo y enriquecedor para el artista. Pensamos en desarrollar un formato diferente y único. Las otras experiencias conocidas tienen que ver con el entretenimiento puro y son, por supuesto, valiosísimas. Pero si bien toman elementos de teatralidad no presentan una obra. Nosotros sí, aunque quizás dure sólo cinco minutos. La intervención es directa e íntima, al pie de la cama: un artista, su obra y un pequeño paciente. A lo sumo lo comparte con su mamá. La idea es dejarle algo al chico, que se sienta movilizado, modificado en parte tras nuestra intervención. Por eso trabajamos a partir de la resignificación del material hospitalario. Nuestros títeres están hechos de frasquitos, goteros, jeringas, gasa, algodón o papel. Nos interesa que después de la función quede encendido el deseo de jugar, de recrear los objetos. Que se anime, por ejemplo, a hacer un títere con la hoja del diario del día, aprovechando que en todas las mesitas de luz hay uno. Así una jeringa nunca más será sólo una jeringa: puede ser un auto o un cohete…

-¿Qué balance realizan tras un año de implementación del proyecto?

-Destaco primero el profundo trabajo de investigación previo, que nos insumió cuatro meses. Allí indagamos sobre los puntos comunes entre el proceso creativo de un titiritero y el proceso de recuperación de la salud. “Lo máximo de lo mínimo” tiene que ver con el cuidado de las energías para sanarse pronto. Pero también es una regla de oro de la creación en el campo de los títeres: valerse de pocos recursos y exprimir los objetos para dotarlos de la máxima expresión. Ese trabajo fue riquísimo. Pasar después por los hospitales es otra cosa. Algo muy intenso y vivificador. Desde lo humano, aprendimos sobre la vulnerabilidad, propia y ajena. Pero también tomamos conciencia de las fuerzas que todos tenemos aunque no siempre las registremos. Desde lo profesional este proyecto significa un training maravilloso en el que el artista está obligado a volverse un “todo terreno”.

-¿En que aspectos quieren insistir y cuáles desean modificar en este segundo año?

-Necesitamos incluir la música en vivo, porque ayuda mucho a crear climas y porque nos une, aun cuando los trabajos sean individuales. Dispone al público, los médicos, las enfermeras y los padres de otra manera. Por otra parte, continuamos con encuentros de entrenamiento en las técnicas de clown. Y proseguimos con espacios de reflexión y evaluación permanente que nos llevan a reunirnos cada diez días. Esto es para ser flexibles a la hora de tener que adaptarnos a cada situación y para afianzar la confianza entre compañeros. De este modo va modelándose mejor nuestra dinámica de trabajo.

-Seguramente han vivido situaciones muy conmovedoras, asociadas tanto con la alegría como con el dolor. ¿Qué anécdotas pueden rescatar en ese sentido?

-En cada cama nos espera una historia diferente: la de un nene accidentado que sufrió una amputación, chiquitos que casi no pueden respirar, quemaduras muy dolorosas o hasta simples desarreglos en la pancita. Los títeres llegan para dar alivio, para acercar un poco de belleza que rompa el “blanco hospital”, para ofrecer esperanzas. A veces nos angustiamos pero sabemos que por lo menos nuestra compañía les deja algo. También nos divertimos mucho porque tratamos de conectarnos con el costado saludable del nene y no sólo con la enfermedad.

-¿Qué repercusión han tenido entre médicos, enfermeros, psicólogos y familiares de los pacientes?

-Muy buena, nos tratan muy bien. Pero a veces sentimos que todavía somos considerados como una “visita”. Es lógico porque ellos están allí adentro durante todo el día y sus intervenciones marchan por otro camino. Creo que nuestra presencia también apunta a humanizar al personal y no sólo a la relación paciente-enfermedad. En este segundo año queremos afianzar el vínculo con quienes trabajan en los hospitales. Es muy importante que el sistema de salud incorpore estas propuestas como algo natural y las incluya en lo que se considera la calidad de vida del paciente. Lo ideal sería que el área de salud nos “adoptase” de modo definitivo para que pasemos a trabajar sistemáticamente con los equipos profesionales y hagamos nuestra propia contribución a la recuperación de los pacientes. Pero sabemos que los pasos deben irse dando de a uno, lenta y firmemente. Entre lo muy bueno que pudimos evaluar se encuentra la excelente disposición de las autoridades de Salud y Cultura. ¡No parece la Argentina!

-Todos nos preguntamos en algún momento por el significado, o la falta de significado, de lo que hacemos. ¿Qué implicó para ustedes encontrar un campo de intervención como el que hallaron? ¿Le da otro sentido al trabajo del artista?

-El teatro puede (¡y debe!) llegar a todas partes. Por eso celebramos tanto que el Estado decida optar por este tipo de proyectos más anónimos. A un espectáculo en un espacio público pueden concurrir miles de personas. Esto es más chiquito pero no menos importante. Que el Estado lo reconozca, nos de un lugar y lo oficialice, es magnífico. Está recogiendo el guante de reclamos que los artistas siempre le hemos hecho. Pero ahora nos obliga a nosotros a estar a la altura de las circunstancias. No solamente nos están dando trabajo: también nos pagan para que nos capacitemos y para que lleguemos a aquellos ciudadanos que, si se quiere leer de otro modo, ya estaban “cubiertos” con la atención de su salud. Pero ahora se está decidiendo ir más allá y enriquecerles el espíritu. Eso nos compromete mucho. Por otra parte, un trabajo de este tipo te despoja de la vanidad horrible que muchas veces envuelve a los actores. Nos pone ahí: de ser humano a ser humano. A veces a los chicos les cuesta entender que en ese momento mágico, único, a ellos les toca “ser” el Estado. O sea: “todos nosotros”. La verdad es que es algo realmente conmovedor.

Nota originalmente publicada en: Revista La Pulseada