No hay caso…. “el que nace pito no llega a corneta” decía recurrentemente Esther. Torcidita sobre ella misma, ya en sus últimos años, se la escuchaba repetirlo más seguido aún…
Querría decir y decirse a ella misma que, hay como un predestino, un camino, que lleva a las personas por un rumbo y con un puerto determinado: si arrancas de acá vas para allá, si sos hijo de peón serás peón, si tenés talento quizá zafes, si sos rico la tenés servida…
Quizá (seguro) porque sin padre conocido y con madre mucama, se crió en hogares de mucha vajilla y pocos derechos, nunca manipuló una tiza en ninguna escuela, y vio atardecer su vida también entre detergentes y escobas ajenas.
El refrán –que obviamente no inventó Esther- tiene el trasfondo fatalista de lo inexorable, de lo que no se puede torcer…
También en torno a este relato, como en tantos, se alinean de un lado los que creen en ese designio irreversible, y del otro, los que suponemos que es posible un mundo mejor.
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El pasado miércoles 22, volviendo a las rutinas laborales de cada uno después del feriado de carnaval, cerca de dos mil personas habitaban un tren cuya capacidad normal es sólo una décima parte de ello. Muchos venían del conurbano profundo, de Moreno, de Matanza, Castelar, Hurlingam. Trabajadores y estudiantes la mayoría. Algunos inmigrantes. Todos apiñados, casi inmovilizados, sujetados por los propios cuerpos que se apoyan unos en otros. Las ocho y media de la mañana, llegando a destino; a esa ciudad monstruosa, exagerada, colapsada, con el sólo pero diario propósito de poner a salvo –como dice Jorge Marziali- “ese plus por asistencia”. La “falla en los frenos” de una formación obsoleta, reciclada y refuncionalizada a manos de patrones empresarios precarizadores y corruptos que continúan hoy beneficiados desde la opereta menemista, le “puso freno” a la vida de 51 de esas personas, trabajadoras, madrugadoras, esforzadas.
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Ocho y media de la mañana también pero en el puerto de Buenos Aires. Las agujas marcaban esa hora en el reloj pulsera del Ministro de Salud de la Nación Juan Mansur. Procedía a encabezar la delegación de especialistas y funcionarios que inspeccionaban la posible amenaza sanitaria que albergaba el lujoso crucero ARMONIA de la empresa Mediterranean Shipping Company (MSC); orondo y majestuoso navegaba las aguas de por acá, cuando un virus influenza tipo B parece que mató a una camarera y la alerta sanitaria sonó en el mas alto nivel de la estructura sanitaria nacional.
Casi la misma cantidad de pasajeros, pero a una razón por metro cuadrado francamente más holgada que en la del tren “bomba”, como lo describió Alfredo Grande. Estos habitantes provenían quizá (seguro también) de otros lugares seguramente menos agrestes que el conurbano bonaerense, y sus preocupaciones también seguramente eran de otra índole. Menos laburantes y más empresarios. Menos olor a yugo y más aromas a esencias dulzonas. Menos vianda para el medio día y más sugerencias del chef…
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Distintas formas de vivir, distintas formas de enfermarse y morir. La pobreza y el bienestar como condiciones constituyentes de la epidemiología de las personas, individual y colectivamente.
Como eternizó Ramón Carrillo, el primer ministro de salud que tuvo la Argentina, cuando dijo que las bacterias no son causas absolutas de enfermedad. Como dice también la regla absoluta de que no hay sistema de Salud ni tecnología hospitalaria que iguale la distinta suerte de enfermarse y morir entre pobres y ricos, si esa condición se mantiene inalterable afuera de los hospitales.
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No hay caso, decía Esther… tendría razón?
Sigo transitando la ruta de los testarudos que imaginan otro destino para nuestras vidas.
Daniel Godoy Asociación Trabajadores del Estado Provincia de Buenos Aires
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