El mundo no solo padece la pandemia de covid 19 sino también una guerra geopolítica para conseguir vacunas. Esta situación también desnudó la involución que sufrió nuestro país en cuanto al desarrollo de vacunas desde los tiempos en que se producían localmente todas las del calendario obligatorio.
En la siguiente nota publicada por el ElDiarioAr, la periodista Nadia Luna, investiga los desarrollos de vacunas contra el covid 19 que se realizan en nuestro país y destaca importancia de los desarrollos científicos y la producción de medicamentos para la soberanía sanitaria y política.
Mientras que la Argentina continúa avanzando en la campaña de vacunación más importante de la historia también hay varios equipos de científicos y científicas que trabajan para desarrollar una vacuna nacional contra el Covid-19. Todas están en diferentes pasos de la etapa preclínica de investigación, es decir, en experimentación con modelos animales, aunque una de ellas está cerca de comenzar la etapa clínica.
Un vehículo diminuto
En el 2018, el bioquímico Guillermo Docena y el químico Omar Azzaroni, de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), comenzaron a trabajar juntos en el desarrollo de terapias para enfermedades inflamatorias e infecciosas. En diciembre del 2020, mientras veían las características que tenían las vacunas más avanzadas contra el coronavirus, consideraron que el trabajo que ellos venían realizando también podía adecuarse a esa necesidad y pusieron manos a la obra.
El grupo que dirige Docena pertenece al Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP – UNLP / CONICET /CIC) y está enfocado en el desarrollo del inmunógeno, es decir, del principio activo que tiene la función de estimular la respuesta del sistema inmune. En tanto, el equipo liderado por Azzaroni, del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA – UNLP / CONICET), se encarga de producir las nanopartículas que se usarán como vehículos para transportar al principio activo.
“Esta vacuna fue pensada para administrar no solo por vía sistémica (como las que se aplican actualmente), sino también por vía nasal u oral, similar a la Sabin. Por eso buscamos una nanopartícula que funcione como transportador y, al mismo tiempo, proteja a los componentes de la vacuna hasta que lleguen a los pulmones (vía nasal) o al intestino (vía oral)”, explica Docena a elDiarioAr. “Otra ventaja es que la nanopartícula, además de servir como delivery, también estimula al sistema inmune. Al tener esa doble función, no es necesario agregar un adyuvante, que es lo que suele generar las reacciones adversas”.
La vacuna platense utiliza fragmentos de la proteína Spike, que son encapsuladas en las nanopartículas y suministradas al organismo. Éste las reconoce como sustancias extrañas y activa la respuesta inmune. Por ahora, el financiamiento proviene de la universidad, aunque ya han tenido algunos acercamientos de empresas interesadas en conocer más sobre el desarrollo, lo que sería clave para poder continuar con las fases siguientes.
“Actualmente estamos en fase preclínica, estudiando diversos protocolos de vacunación para administrar a los ratones: cuántas dosis, con qué frecuencia, qué cantidad. Esperamos terminar esta etapa en los primeros días de abril. Una vez que confirmemos que la vacuna genera anticuerpos contra la proteína S, lo que vamos a hacer es tratar de optimizarla y pasar a la última etapa del ensayo preclínico, que consiste en vacunar a los ratones, desafiarlos con el virus y ver si logramos evitar la infección”, precisa el investigador.
Pelotitas con espinas
Los orígenes del proyecto vacunal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Bariloche se remontan al 2005, cuando el Grupo de Nanomedicina Veterinaria comenzó a trabajar en el desarrollo de vacunas para uso animal. El año pasado, con la llegada de la pandemia, los investigadores decidieron aprovechar esa tecnología en la que ya tenían bastante experiencia para fabricar una vacuna contra el Covid-19.
“El desarrollo consiste en una nanoplataforma que se encarga de llevar información del virus a las células dendríticas, que son las que disparan la respuesta del sistema inmune”, cuenta Mauro Sarasola, director del INTA Bariloche. El proyecto está liderado por el médico veterinario y virólogo Sebastián Pappalardo, y cuenta con el financiamiento del INTA y de Laboratorios Bagó.
A diferencia del proyecto de la UNLP, que transporta fragmentos de la proteína viral, lo que llevan estos nanovehículos es una copia del gen del coronavirus. Sarasola explica que una ventaja de esta técnica es que, en caso de haber una mutación del virus, sería más fácil de adaptar, ya que bastaría con modificar la secuencia génica que transporta.
La nanoplataforma está basada en el uso de una vesícula de forma esférica llamada liposoma. A este vehículo circular, los investigadores le agregan una molécula sintética desarrollada por ellos, que le produce un efecto similar a las espículas que usa el coronavirus para infectar. Dicho de otro modo, es como si a una pelotita de tenis de repente le salieran espinas. Esto le permite adherirse mejor a las células y desencadenar la respuesta inmune.
La investigación acaba de terminar la primera parte de la etapa preclínica, en la que comprobaron que la vacuna generó anticuerpos en los ratones. La siguiente fase consiste en ver si esos anticuerpos logran neutralizar el coronavirus y en evaluar la duración de la respuesta inmune. “Vamos a seguir con las distintas etapas preclínicas durante el transcurso del año y, si todo va bien, podremos pasar a la fase clínica. Estamos contentos con los resultados obtenidos pero queremos ser cautos e ir paso a paso”, afirma Sarasola.
A un paso de la transferencia
Hasta el momento, la vacuna de origen nacional que se encuentra en una etapa más avanzada es la que se está desarrollando en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). El equipo está dirigido por la bióloga e investigadora del CONICET Juliana Cassataro y cuenta con especialistas en virología, inmunología y estructura de proteínas, entre otras. Se trata de una vacuna de subunidades, basada en proteínas recombinantes, que tienen la característica de diseñarse a partir de fragmentos específicos del virus.
Esta tecnología se usa, por ejemplo, en las vacunas de Hepatitis B y HPV (Virus del Papiloma Humano), y tiene la ventaja de ser una de las tecnologías más seguras que existen. “Apuntamos a que lo que hacemos acá pueda usarse para futuros refuerzos y que también sirva para poblaciones que por algún motivo no puedan aplicarse las vacunas basadas en adenovirus o ARN, como pueden ser embarazadas, personas con alergias o con alguna inmunodeficiencia”, indica Cassataro.
En los ensayos preclínicos, obtuvieron una fórmula que da una buena cantidad de anticuerpos neutralizantes y respuesta celular T. Para esa parte de la investigación, contaron con financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación a través de la Unidad Coronavirus, pero para poder pasar a la fase clínica necesitan recursos económicos y tecnológicos de mayor volumen. Por eso, luego de realizar diversas gestiones, lograron hacer un acuerdo con una empresa argentina y están con los preparativos para poder concretar el paso a la fase clínica.
“Estamos trabajando para hacer la transferencia del prototipo a la empresa y ellos están poniendo a punto las GMP (Buenas Prácticas de Manufactura, por sus siglas en inglés), para que todo el producto cumpla con el proceso regulado por la ANMAT. Al mismo tiempo, estamos terminando algunas cosas de la fase preclínica, estudiando las regulaciones necesarias y buscando más financiamiento”, adelanta la investigadora.
Además de los proyectos mencionados, existen en el país otros dos candidatos vacunales que se encuentran en las fases iniciales de desarrollo. Uno es de la provincia de Santa Fe y corresponde a investigadores de la Universidad Nacional del Litoral y el CONICET, junto con las empresas Cellargen Biotech y Biotecnofe. También se basa en proteínas recombinantes, pero por ahora están trabajando en la expresión de la proteína, por lo que aún no iniciaron la inoculación en animales. El otro proyecto es desarrollado por investigadores de la Universidad Católica de Córdoba y el CONICET, y apunta a conseguir una formulación oral basada en el uso de proteínas del parásito intestinal Giardia lamblia como vehículo de los componentes vacunales.
Semillas para la soberanía nacional
Teniendo en cuenta que en hay numerosos países abocados al desarrollo de vacunas contra el Covid-19, varios de los cuales están en etapas más avanzadas, cabe preguntarse: ¿Por qué es importante encarar este tipo de desarrollos en la Argentina? “Tener una vacuna propia nos da soberanía científica y evita que tengamos que depender de tecnologías extranjeras. Pero incluso aunque estos proyectos no terminen en vacunas, los conocimientos generados podrán ser aplicados en otras enfermedades –afirma Sarasola. –También hay que destacar que si hoy podemos hacer esto es porque tenemos técnicos y científicos que se han formado durante años gracias a la inversión pública. Son apuestas a largo plazo”.
Además, el investigador señala que los desarrollos científicos y tecnológicos también impactan en la economía nacional. “Se genera una sinergia y una retroalimentación positiva que posibilita la creación de pymes tecnológicas. Acá en Bariloche tenemos un gran ejemplo de eso, que es INVAP y las empresas asociadas que se generaron para la fabricación de satélites”, indica.
Por su parte, Docena apunta que otra ventaja de contar con una vacuna nacional es que permitiría adaptarla de manera más rápida y eficiente a la aparición de nuevas cepas que circulen en la región. “Si logramos fabricar la vacuna en el país, ya sea la nuestra o cualquiera de las que se están desarrollando, podremos dirigirla o adaptarla a las necesidades de nuestra población en vez de tener que esperar que lo hagan los laboratorios extranjeros. Además, hoy vemos las dificultades que hay en materia de negociaciones para llegar a acuerdos de precios, cantidades y tiempos de entrega, y hay cosas que no se han cumplido”, remarca.
Finalmente, Cassataro resume: “La pandemia nos demostró la importancia de producir en el país los insumos y tecnologías necesarios para poder hacerle frente de la mejor manera. Desarrollar capacidades propias genera una independencia que es fundamental para la actual situación de escasez pero va más allá, porque implica que el día de mañana podamos exportar no solo soja y minerales, sino también productos con valor agregado. Las tecnologías son los nuevos commodities del futuro”.