El uso cotidiano y negligente de agrotóxicos ya no es sólo un problema de las zonas rurales. Para ahorrar dinero, el glifosato se utiliza en el desmalezamiento de terrenos urbanos. Así ocurre en decenas de estaciones de trenes, según denuncian vecinos y organizaciones ecologistas. La Corte Suprema ordenó una investigación que está “en tratamiento” en la Justicia Federal de La Plata” y la empresa ferroviaria sostiene que “nunca pensamos dejar de usar el glifosato”. La escasa regulación y la falta de controles resultan letales para los trabajadores precarizados y riesgosas para toda la ciudadanía.
Por María Soledad Iparraguirre
“La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Todo va enlazado. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurrirá a los hijos de esta tierra. El hombre no ha tejido la trama de la vida; él es sólo un hijo. Todo lo que le haga a la trama se lo hará a sí mismo”.
(De la carta enviada por el jefe indio Seattle al presidente de los EE.UU. en 1854, considerada el primer manifiesto ecologista)
Mientras muchos pueblos rurales libran una batalla desigual contra la contaminación provocada por el uso intensivo de agrotóxicos en zonas dedicadas a cultivos sojeros y arroceros, otra contienda comienza a librarse en las ciudades: decenas de asambleas vecinales denuncian que las estaciones de trenes están siendo fumigadas con glifosato. Y está comprobado que el uso intensivo de ese herbicida -pilar del actual modelo agropecuario- provoca cáncer, abortos espontáneos y malformaciones que pueden llevar a la muerte, entre otras gravísimas consecuencias para la salud. El agroquímico actúa por contacto directo y también se propaga por el agua, la tierra y el aire.
La empresa encargada de la limpieza y mantenimiento del tendido férreo de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires fumiga las estaciones y vías del tren con glifosato, en plena zona urbana por donde transitan y viven miles de personas, sin mediación alguna de “zonas de exclusión o resguardo ambiental” como existe en otras localidades afectadas.
“Durante dos años vimos que cada vez que fumigaban, el pasto quedaba todo quemado. Con el tiempo, empecé a notar como se morían los perros, las ratas, los pájaros, contaminados con los productos con los que fumigaban acá”, señala Adriana Moyano, productora orgánica que vive frente a la estación de Villa Elisa.
“Se fumiga en todas las estaciones del Roca”
A raíz de la denuncia presentada por una vecina de esa localidad, la Corte Suprema de Justicia ordenó en mayo pasado al juez federal de La Plata Arnaldo Corazza investigar si las estaciones de trenes de la línea ex Roca están siendo fumigadas con glifosato.
El fallo firmado por los jueces Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco, Enrique Petracchi, Juan Carlos Maqueda y Carmen Argibay dispone que Corazza establezca la “supuesta configuración de los supuestos previstos en los artículos 1 y 2 de la Ley de Residuos Peligrosos” que considera peligroso a “todo residuo que pueda causar daño directa o indirectamente, a seres vivos o contaminar, el suelo, el agua, la atmósfera o el ambiente en general”. Pero la investigación solicitada por la Corte no muestra ningún avance.
Fuentes judiciales informaron que la causa se encuentra en la Fiscalía Nº 3 donde la única información brindada a La Pulseada fue que la investigación se encuentra “en tratamiento”.
Mientras tanto, los vecinos consultados sostienen que se fumiga en todas las estaciones del Ferrocarril Roca, desde Avellaneda hasta La Plata, y que son muchas las denuncias presentadas por guardaparques y productores orgánicos. Según Moyano, en Villa Elisa dejaron de fumigar: “ahora las cuadrillas vienen y se limitan a cortar el pasto”. Pero el temor a que el glifosato vuelva no es infundado.
Las razones por las que se utiliza ese método de desmalezamiento son puramente económicas: la empresa se ahorra de cortar el pasto durante unos cuatro meses, ya que el terreno donde se aplica queda como “devastado”. Podría desmalezarse manualmente, a la vieja usanza, lo que generaría trabajo y sería ambientalmente sustentable. Pero la Unidad de Gestión Operativa Ferroviaria de Emergencia (UGOFE) elige mantener esta técnica.
Así, a las 19 millones de hectáreas de soja transgénica fumigadas con 200 millones de litros de glifosato por año, se suman las aplicaciones que son responsabilidad de esa administradora, conformada por Ferrovías, Metrovías y Trenes de Buenos Aires (TBA), que presta servicios ferroviarios desde enero de 2005, “a cuenta y orden del Estado” según señala en la web de las líneas San Martín, General Roca y Belgrano Sur.
Tanto en la UGOFE como en TBA evadieron las reiteradas consultas de La Pulseada. Sin embargo, sí respondieron a algunos reclamos vecinales. En un fallido intento por acallar la movilización social contra las fumigaciones, el Gerente de Relaciones Institucionales de UGOFE Eduardo Montenegro señaló que“nunca pensamos dejar de usar el glifosato, porque es considerado un producto no dañino para el ser humano. La aplicación se realiza mediante riego que evita que se dispersen las partículas, es un bombeo por el cual la sustancia sale a baja distancia, se realiza el horarios donde la afluencia de pasajeros es mínima y con condiciones climáticas adecuadas”. Para la abogada ambientalista Graciela Gómez, ese argumento es “una barbaridad, porque aún con mochila, está probado que las partículas quedan en el ambiente 24 horas… No existen distancias seguras, porque las partículas son arrastradas por el viento, se mueven continuamente, no se pueden dominar. Si fuera cierto lo que él dice, ¿por qué Estados Unidos inventó el atrapador de deriva? Todos los sistemas de aplicación de plaguicidas a menor o mayor escala, tienen una deriva”.
Por su parte, el Gerente Corporativo de Relaciones Institucionales y Comunicaciones Externas de TBA, Gustavo Gago, indicó que “la pulverización se hace en forma localizada en zonas de vías, en ciertos períodos del año y una o dos veces al mes”. Y al confirmar el uso de glifosato, por si quedaban dudas remarcó: “marca Monsanto”.
Malos aires
En gran parte de Buenos Aires la situación es la misma: Glew, Vicente López, Morón, San Isidro, Lomas de Zamora, Lanús, Temperley son algunas de las localidades más afectadas, y la movilización social generada para ponerle un freno a las fumigaciones es cada vez mayor. En algunos lugares se logró la sanción de ordenanzas municipales que prohíben la fumigación de las vías, como el caso de Vicente López o Lomas de Zamora. Y el mes pasado la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires recomendó a los municipios adoptar medidas pertinentes para “un uso responsable de agroquímicos en el territorio, a efectos de resguardar la salud humana y prevenir la contaminación de alimentos y medioambiente”. Sin embargo, ninguna de esas decisiones significa un freno a las fumigaciones, ya que las instalaciones férreas son de jurisdicción federal.
Patricia Roccatagliata, vecina de Vicente López ve cada tanto a “trabajadores tapados con trajes que fumigan a metros de mi casa”, y cuenta: “Una mañana, cruzando las vías, una vecina con su bebé en brazos y yo fuimos literalmente pulverizadas. Desde hace tiempo, venimos observando en el barrio casos de alergias, broncoespasmos y asma. En una oportunidad, tuve que faltar dos semanas a mi trabajo, luego de una pulverización empecé con irritaciones respiratorias, dolor de pecho y palpitaciones”.
Las escenas relatadas por los vecinos son una postal que se repite en cada estación de ferrocarril: las cuadrillas llegan muy temprano, recorren y fumigan las estaciones y las orillas de las vías. Los operarios no llevan la protección necesaria, sometiéndose a un envenenamiento progresivo. “La vida de los que fumigan está en riesgo, la mayoría de ellos están con ropa de calle con un barbijo común”, explica Alejandro Almeida, miembro de la Asamblea Finky Verde, una de las agrupaciones ambientales formadas por los vecinos que se organizan impedir nuevas fumigaciones, como el Foro Hídrico de Lomas de Zamora, la Asamblea de Turdera y Vecinos en Defensa de Santa Catalina, entre otras.
El problema va mucho más allá de los terrenos ferroviarios. “Inclusive en cualquier jardín de avenida Libertador las porterías están usando glifosato; en las rutas, Vialidad misma; en las comunas, plazas y parques donde nuestros chicos juegan”, advierte Gómez: “Esto es una locura, es una locura imparable, la gente tiene que saber qué se está usando y con qué se está fumigando…”
Tomar conciencia
“Existen las evidencias científicas y los centenares de pueblos afectados son la prueba viva del daño provocado”, dice el especialista en embriología Andrés Carrasco, cuya investigación confirmó algunas de las consecuencias negativas del glifosato en organismos vivos (ver recuadro). “Y si la ciencia no proporciona suficiente evidencia, igualmente la gente siente que algo pasa, porque cada vez hay más muertes y malformaciones en paralelo a la expansión de los monocultivos. Ninguna prueba de laboratorio puede arrogarse mayor autoridad respecto a los datos concretos de la realidad”.
No obstante, aún hoy gran parte de la población desconoce los peligros que implica la manipulación de agroquímicos. “Por tradición, porque se usa desde hace muchos años, porque sus padres trabajaron con el mismo producto, la gente no piensa que estos productos pueden implicarle algún riesgo, cuando les explicamos nos miran asombrados”, cuenta Ana Girardelli, jefa del Servicio de Toxicología del Hospital de Niños. Al empleo creciente de agroquímicos en los cultivos del sur de la ciudad, la especialista agrega el uso doméstico que se hace de estos productos.
Toxicología atiende entre 16 mil y 18 mil casos de intoxicaciones de emergencia por año relacionadas con el uso extensivo de agroquímicos en la Provincia de Buenos Aires, lo que representa entre alrededor del 18% del total de las consultas recibidas. “Mayormente acuden al hospital vecinos de la zona oeste de las quintas, que trabajan con plaguicidas o están expuestos a las fumigaciones. Lamentablemente el origen de la consulta es la intoxicación de una criatura; ingresa un chiquito intoxicado por algún accidente, algún derrame y, luego de tratarlo, citamos a los padres, a los hermanos, y descubrimos que hay casos de intoxicación crónica en la familia”.
El servicio de Toxicología recibe consultas las 24 horas y sin límite de edad: se puede concurrir al hospital o llamar al 0-800-229911. “Lo fundamental es no dejar pasar el tiempo”, insiste Girardelli. “Creo que gran parte de la gente afectada, lo está de manera crónica. Las intoxicaciones crónicas pueden llevar desde meses hasta diez, quince, veinte años… Cuando no pudimos atacar un cuadro de intoxicación desde sus inicios y la contaminación es crónica, las consecuencias son irreversibles”.
–¿Cuáles son los efectos de la exposición continuada a los plaguicidas?
-Si bien no hay un cuadro único, en lo crónico, con diferentes formas de actuar, la mayoría de los plaguicidas afectan a los sistemas vitales. Las patologías de la exposición crónica a plaguicidas son: alteración de la capacidad reproductiva, patologías inmunológicas; se altera la respuesta del sistema de defensa del organismo hacia agentes agresores -tóxicos o no-, patologías respiratorias, alteraciones neurológicas, carcinogénesis -la probabilidad de desarrollar cáncer-, la presencia de anomalías congénitas, tal vez no la mujer embarazada expuesta, o el feto del embarazo que se cursó durante la exposición, sino generaciones futuras. Hay productos que actúan directamente sobre el feto, otros actúan con las células germinales dando lugar a futuras alteraciones, mutaciones que se van a expresar en futuras generaciones.
“Esto también va a tener un impacto social, médico, sanitario…”, agrega Carrasco. “Estamos creando situaciones a mediano y largo plazo… Si se diera mucho más rápido lo llamaríamos genocidio. Es un genocidio disimulado en el tiempo, en un lapso de veinte o treinta años”.
Naturaleza arrasada
Para el investigador de la Universidad de Buenos Aires, el problema va mucho más allá de “la toxicidad de un producto o cien productos químicos; implica cómo nos relacionamos con la naturaleza… A mi me parece una locura lo que se está haciendo, al destruir la tierra estamos destruyendo nuestra propia casa.”
Crítico tenaz del actual modelo de monocultivo, Carrasco arremete contra la propuesta oficial de incrementar la capacidad productiva de soja y maíz en un 50 por ciento: “va a generar más uso de agua, más gasto de energía, más productos químicos, más desmonte, menos diversidad. ¿El sacrificio del costo compensa el beneficio? ¡No! No se puede gastar a cuenta de cinco o seis generaciones. El problema con los químicos es que los modos de producción que conllevan estas formas de explotar la naturaleza no solamente requieren de un paquete tecnológico, requieren uno que se renueve sobre sí mismo porque los paquetes tecnológicos se desgastan y terminan siendo cada vez más ineficaces. Cada vez se van a necesitar más fertilizantes, con la consecuente contaminación”.
Fuente: http://www.lapulseada.com.ar/site/?p=2609