El genocidio de pueblos wichis | La moral del Tartufo: Del arte de los dirigentes de amordazar la dignidad


Por Lic. Alicia Torres Secchi, Magister en Políticas Sociales. 

La situación de los pueblos wichis -representativa de muchas otras expresiones de la pobreza extrema de nuestro país- pone en cuestión los valores declamados por la sociedad. La dimensión y persistencia en el tiempo de sus múltiples y profundas carencias da cuenta del fracaso de todos los gobiernos, desmiente logros de las ciencias y enseñanzas de las religiones.

Como realidad habitualmente invisibilizada cuando irrumpe con tantas muertes infantiles evitables, moviliza la sensibilidad social de todos con respuestas que parecen hipocresía, en tanto estrategia para reducir el conflicto que provoca lo incongruente de los valores que todos pregonamos.

¿Alguien realmente cree que médicos por unos días, algunos pozos de agua, tarjetas de alimentos o yogures nutritivos (¡cuando no tienen heladeras!), pueden cambiar siglos de un verdadero genocidio? Medidas excepcionales difícilmente eviten más muertes, lo único seguro es que los niños que sobrevivan sigan expuestos a las mismas causas que pusieron en riesgo los comienzos de su existir, para comprometer en adelante su calidad de vida.

El dramaturgo conocido como Moliere -genio de la psicología de todos los tiempos- describe a Tartufo protagonista de una comedia del siglo XVII como prototipo de esta situación: la simulación, doble moral o falsos beatos que utilizan el nombre de Dios, la solidaridad –u otros valores sociales- en su propio interés. Caracteriza en Tartufo la hipocresía como algo peor que la mentira porque esta es accidental, aquella permanente. Fingida devoción por el pueblo de los dirigentes a la que José Ingenieros llamaba el “arte de amordazar la dignidad”.

Todo ocurre como si fuera hipocresía…

  • La visita de ongs o médicos a lugares donde la población habitualmente camina horas o días para encontrar un profesional sin que ello signifique tratamiento o rehabilitación necesaria. Ayudas temporarias son mentiras permanentes cuando el personal sanitario que vive y trabaja en esos lugares alejados e inhóspitos es contratado por horas, percibe menos remuneración que cualquiera en las grandes ciudades; no tiene acceso a carrera sanitaria, ni regímenes jubilatorios especiales como judiciales, docentes o investigadores ni condiciones equitativas a las provincias centrales.
  • El envío de helicópteros, tanques de agua del ejército o camiones de donaciones especiales a comunidades donde mayoría de las familias viven en ranchos precarios, con escuelas y centros sanitarios en edificios deplorables, sin acceso a agua corriente, comunicaciones, luz eléctrica, aire acondicionado, calefacción o medios de transporte regulares.
  • Pretender resolver con el aporte de mínimos biológicos la desnutrición crónica y el hambre de familias enteras que no tienen acceso a alimentos básicos, que trabajan todo el día luchando por subsistir en tierras que habitan desde siempre que nunca se les ha reconocido en propiedad, hoy contaminadas con agroquímicos para la soja.
  • Pensar que el problema pasa por hablar idiomas diferentes designar intermediarios o traductores para tapar las múltiples violencias cotidianas de instituciones que los discriminan, maltratan y terminan siempre adjudicando a las víctimas la responsabilidad de sus propios fracasos.
  • Culparlos por falta de instrucción cuando el estado invierte en personal y recursos educativos destinados a esas comunidades proporcional e infinitamente menos, de lo que asigna a establecimientos privados y poblaciones con recursos de las grandes ciudades.
  • Cuando ocurre todo lo anterior preocuparse en convocar marchas en defensa de las dos vidas o para legalizar el aborto y seguir silenciando el genocidio diario de los más pobres del país.

 

Dirigentes de todos los ámbitos sociales parecieran exponentes de la moral del Tarufo en tanto se movilizan excepcionalmente por sus integrantes más débiles donando por caridad, aquello que les corresponde por derecho. Considerándolos menos que ciudadanos de segunda sólo porque entre sus múltiples carencias está el vivir aislados imposibilitados de organizarse, reclamar y hacer visibles valores y preocupaciones.

Después de trabajar décadas entre comunidades originarias del NOA podemos fundamentar que los pueblos que sufren pobreza estructural (esa que se repite de generación en generación y afecta hace décadas a los mismos sectores y territorios) aportan todos los días mucho más y reciben mucho menos que el resto de la sociedad. Ojalá todos los dirigentes dejen de pedir solidaridad y amordazar la dignidad del pueblo:  su función es asegurar justicia.